Por Ismael Martínez
Marco Tulio Aguilera Garramuño escribe en La pequeña maestra de violín una novela corta sobre la (in)trascendencia del amor, la táctica del sexo y la diatriba de su cota. Es en buena parte, una autobiografía negada.
Tulio (le llamo groseramente por el nombre que más me atrae) remarca al erotismo en todas sus fases, va de lo sutil a lo agresivo, encuentra en ello dinámica y tempo. Para él, sexo no es más que una representación del amor, la cúspide del mismo, su caducidad:
“El amor es el perdón definitivo porque la mujer es Dios.
El erotismo es la herida que sólo se cierra con el amor.”
Ventura, la voz cantante de esta trilogía, es un personaje inmerso en el miedo a sí mismo. El reflejo deliberado del autor al descubrir en su obra parte de uno. Es por ello que no revela su edad ni señas particulares: Ventura es Tulio, o buena parte de él.
Bárbara y Trilce guían a Ventura. Son el eje de la historia. Ambas son la misma persona, la representación femenina del autor: estética, astucia y pasión. “Locura amable”.
El final de la historia es desierto, no existe, el autor no puede plasmar las venturas que no han pasado. Es entonces algo decepcionante, se queda uno con la sensación de haber leído en balde un proceso de creación auténtico, desconcertante.
La pequeña maestra de violín (novela), Benemérita Universidad de Puebla, colección Asteriscos, Puebla, 2002.
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