miércoles, 31 de marzo de 2010

El niño de Chocolate

Por Ismael Martínez

La vida transcurre en horas de escuela. Todo es ordinario. Ahí están los juguetones amigos, las compañeras chismosas, la chica bonita que todos admiran y la niña odiosa que se esfuerza en hacerle sombra. Ahí está la dulce y regordeta maestra enfundada en un holgado vestido de florecitas. El conserje ya viejo y alcahuete. El relajo en los patios y los avioncitos de papel que surcan el espacio aéreo del aula cada vez que la profesora se ausenta. Todo va, es normal. Hasta que llega él, un verdadero sisma, un niño de nombre extraño y muy moreno, más que moreno, del color de los mocasines del uniforme, como de chocolate auténtico.


Dicho niño es haitiano, de raza negra. Su familia huyó de las precarias condiciones internas. En México, es un refugiado. No habla el idioma, no comparte la cultura, vive en condiciones de verdadero aislamiento y para colmo, es un bicho raro en la escuela. Todo empeora cuando en la cábula colectiva alguien erige una apuesta: un beso de la segunda más bella de la clase para aquel valiente que muerda al negrito y compruebe si su sabor y textura son propios de la pasta, mezcla de azúcar y cacao, que llamamos “chocolate”.


El niño de Chocolate es un breve cuento sobre las condiciones de los infantes refugiados en países extranjeros. Sobre la discriminación inmediata que sufre el ajeno por el simple hecho de serlo. El texto de Ana Ochoa Tejeda con ilustraciones de Ricardo Peláez, fue recientemente reimpreso por el joven sello editor Axial con el apoyo y venia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), un organismo encargado de velar por los derechos fundamentales de las personas en condiciones de asilo extranjero.



P.D. Hoy inauguro mis andanzas por MilMesetas, una revista cultural con fachada de portal independiente advocada al escrutinio de las más variadas facetas en el ámbito artístico/literario mexicano (y extranjero). Muchos textos allá publicados podrán leerse también en este espacio. Muchos otros no. Así que, si deseas conocer el final del presente artículo, pica en la imagen y continúa leyendo… Y de paso, si te apetece, acompaña a este humilde escribiente por las miles de mesetas que, por ahora, iré transitando…