Viaje prima
--Ismael Martínez--
El vacío es poderoso porque puede contenerlo todo.
Kazuko Okakura
I
Azathoth era su nombre. No lo esperaba. Suena a bardo, a héroe de montaña, a monstruo pétreo.
Lo veía seguido en el instituto. Todos los viernes se sentaba en la última mesa del aula norte frente a la sección de místicos árabes. En cada visita leía con esmero un volumen grueso de algún manuscrito muy antiguo. La biblioteca lleva el nombre de su familia, en honor al tío Randolph, así que tenía licencia de investigador en primer grado; podía acceder a cualquier grabado, papiro y a todo el material incunable. Además, prácticamente se había apoderado de la única edición príncipe de El Horror de Dunwich ilustrada por Junji Ito hacia el fin de milenio. Era un ejemplar repugnante pero asombroso, de enorme valor, ya que nunca fue reconocido por los herederos de Derleth.
Él poseía una presencia aniñada, manos delicadas, boina en cabeza calva y enormes gafas anchas. Transmitía un olor sofocante, como si su piel hubiera sido remojada en formol durante horas, un aroma húmedo y ácido. Intimidaba, sin duda. No he conocido a nadie que aguante su mirada, entienda lo qué dice o a quiénes cita. Creo ser el único que le recuerda.
Intenté jugarle una broma. Escondí el ejemplar de Lovecraft entre las cursilerías de London, seguro eso le enfadaría. Ese día no vino. La avispa de la inquietud drenó mi sangre, en cuatro años que llevaba de servicio nunca había faltado. Cuando encadené la puerta a las 10pm supe que debía buscarlo.
Por pura corazonada supersticiosa, después de un mes entero de bromas desiertas, devolví a H.P. a su estantería. Terminaba de colocar el último volumen cuando mis muñecas se quebraron, observé mi cuerpo ajeno en abstracto. El miedo extinguió mi lengua, mis pupilas vibrantes paralizaron, quedé atrapado en un limbo calido, un útero extraño. Ya no tenía masa, ya no era materia.
II
-Bienvenido. Has llegado –era él, su presencia– todos los anteriores tardaron más de diez años, eres un prodigio, me alegro mucho hayas venido –cuanto más escuchaba menos era, podía sentir la contracción de mi alma, mi corazón dando un vuelco– vamos, el consejo aguarda…
La vista regresó gradualmente. Pasó el tiempo. Fui conducido por los eones del planeta, por los códigos de trascendencia. Llegamos donde un halo de luz magnificaba un enorme dodecaedro malva que parecía contener el universo capa por capa.
-Has sido llamado. La profecía apunta a tu li-na-je… -la cosa titubeó, observó mi vientre hinchado- ¡¡Farsante, embaucador… adiós falso!!
III
Es absurdo asegurar la existencia casuística de las cosas. “No hay paz sin guerra”, “no hay luz sin tiniebla”. Ingenuas mentes depravadas, infantiles… ¿cuándo aceptarán que la oscuridad es el origen de la materia?
Fui expulsado como suspiro involuntario. Todo lo que vi, escuché y sentí quedó tatuado en mi sangre, me diagnosticaron leucemia, me dieron 6 meses de “vida”. Sombras han cubierto el sol, debía regresar en breve.
Lo perdí todo, me convertí a la indigencia. Al parecer mi viaje había durado 72 años.
Seguía joven, casi no dormía, mi vista había quedado disminuida de porvida., el cabello no crecía. Yo no era yo, era de identidad perdida. Adopté entonces el nombre de Wilbur Whateley en memoria de quien me despojara de la vida.
Mi existencia adquirió un fin específico. Volvía desde entonces cada viernes por la noche al aula norte de la biblioteca. Reconstruí las costumbres de Azathoth, conseguí su historial de usuario, rastreé su linaje hasta el patriarca, me sentaba en el último banquillo de su mesa a leer cada volumen que sus yemas limaran. Supe que en algún tiempo nuestras madres habían compartido marido y aún así estrechaban sus manos como antiguos persas. En el fondo sólo esperaba, esperaba, esperaba.
IV
¿Por qué estoy ahora, por qué? Mi sangre es revelación, he abandonado la humanidad, cuando el sueño me alcance, cuando la negrura aguarde, seré de noche, ¿por qué esperar? ¡Puñal encantador, escapa de tu estuche! “El pasado queda más lejos que la muerte” escribió una joven nipona…
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