Ponyo es un pequeño pez que vive en un mágico cardumen. Su padre es científico, su madre la reina del mar. Fue instruida para temer al hombre y sus infames poluciones evitar, pero en su naturaleza está el divertimento y la toda posibilidad. Un día decide por travesura ir a explorar lejos de casa, llega pues a la pedregosa costa de un bellísimo acantilado. Es ahí donde sufre el primer revés civilizatorio, donde queda atrapada entre escombros. Pronto conoce al pequeño Sosuke, hijo de un marinero, quien le demuestra el valor último de la humanidad: aquella capacidad interminable por conmoverse del entorno y del hermano, ese concepto abirragado y que engloba primero la solidaridad y después la conciencia social.
El Secreto de la Sirenita, nombre que recibió la cinta en nuestro país, es un llamado crítico pero redentor de la especie. Hayao Miyazaki absorbe la reciente ola de conciencia verde y plantea una fábula sencilla y certera sobre la relación humano-madre tierra. Una codependencia irresoluble, ancestral.
El filme, sin embargo, no es más que un intento somero de instrucción ecológica que toma prestadas las herramientas de la animación artesanal tan propia de los Estudios Ghibli. Miyazaki aprovecha con ello todo su prestigio para ofrecer un trabajo bello pero carente donde la técnica visual supera de inmediato toda carga discursiva. Abreviando, el guion es débil.
Sin duda la cinta recibirá los plácemes de la crítica tan interesada en fomentar un nuevo tipo de naturismo inquisidor y soberbio, será bien vista por profesores de párvulo y asociaciones de padres de familia, y será aprobada sin reservas por los más pequeños del hogar; sin embargo, ningún entusiasta/fanático/estudioso de la animación oriental contemporánea quedará satisfecho con la cinta porque ésta, al final, resulta del todo liviana.
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