Por Ismael Martínez
No los engañaré, no tengo el gusto. La ciudad de San Diego me es tan ajena como las playas centroamericanas, la muralla china o el mar Egeo. Nunca he tenido, por tanto, la oportunidad de acudir a alguna edición de la reputada Comic-Con en California, aquella Convención Internacional de Cómics que se realiza cada año recién comienza el verano y que resulta el evento historietista más importante en Estados Unidos, y por extensión, en la totalidad del continente americano.
La Comic-Con de San Diego, que este año cumple 40 años, es el mejor ejemplo de un encuentro del tipo. Hay industria, hay creadores, hay artistas, escritores. Hay espacio y maquinaria publicitaria. Está Hollywood, están las principales cadenas televisivas norteamericanas. Hay crítica especializada, hay apertura a medios alternativos, hay cámaras/camarógrafos por todos lados. Y lo más importante, hay público disfrutando. Niños, jóvenes y adultos, hombre y mujeres emocionándose un poco más con cada paso.
Durante cuatro días, un fin de semana largo, se llevan a cabo cientos y cientos de eventos culturales, de exhibiciones especiales, sorpresas y muestras de novedades. El Centro de Convenciones de San Diego se convierte en un lugar idílico donde uno puede convertirse en una figura de acción de la saga Star Wars, estar en contacto con las mentes detrás de los grandes ídolos de historieta y tener acceso a alocadas fiestas nocturnas donde excéntricos cineastas muestran sus nuevos filmes prontos a estrenarse. Filmes que tratan sobre mercenarios y vengadores latinos que igual asesinan mafiosos y visten los hábitos.
En el marco de la Comic-Con se entregan, además, importantes galardones. Uno, el Comic-Con Icon Award que se otorga a creadores desde hace 22 ediciones, reconocimiento que Stan Lee recibiera este año por ser, sin lugar a dudas, uno de los indispensables en el ramo, artífice de famosas historietas como Spider Man, X-Men y Los Cuatro Fantásticos.
La reunión californiana es también anfitriona de los máximos laureles de la industria comiquera en EE.UU. los Will Eisner Comic Industry Awards o Eisner Awards, los “Óscar del noveno arte”, premios que llevan el nombre de uno de los más influyentes historietistas americanos, creador de The Spirit y quien es considerado el padre de la novela gráfica.
Foto: AFP
Todo ello parece un sueño lejano visto desde la perspectiva latinoamericana. La evidencia es contundente. En México, por hablar de un caso concreto, no existe nada parecido a ello. Las “convenciones de cómics” que se llevan a cabo en diversas ciudades de nuestro país (La Mole, TNT y Expo Comics Poder Joven en la Ciudad de México, Veracon y Expo MAC en Veracruz, Comictlán en Aguascalientes, Expo Anime en Querétaro, Pankacon en Guadalajara, Concomics en Monterrey, Imagina en Oaxaca, Japonawa en Tijuana, y un largo etcétera) raramente son algo más que oportunidad para el negocio minorista en forma de enormes tianguis, muchas veces llenos de piratería.
“Convenciones” se dice. Simplemente no existe argumento que sustente la utilización de dicho apelativo. La presencia de autores y/o artistas es nula, la oferta melómana se reduce a entarimados de calibre amateur y las conferencias con personalidades de la industria se limitan a la cada vez más bochornosa presencia publicitaria de Editorial Vid. Cambió el siglo y seguimos atados a la añeja tradición de los consagrados, al genio de Borola Tacuhe de Burrón y los melodramas de Yolanda Vargas Dulché.
El balance es claro. A pesar de la creciente demanda hija de la globalización y el acceso a nuevas tecnologías, no existe en México Industria del cómic más allá del pintoresco libro vaquero. Ni existe horizonte alguno, a largo o corto plazo, para pensar lo contrario.
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