Por Ismael Martínez
Escribir música es hallar orden, agrupar en sonidos concretos una marcha de ideas. Sin embargo, la música es también sentimiento, riada de caos bajo nubes de urgencia. The Beatles, los cuatro, encontraron en ello causa y efecto, la honda raíz que estimula el éxito.
Kuranes II se une a la celebración global por un legado melódico perpetuo…
Cuando John Winston Lennon, abandonado por su padre y huérfano de madre, salió de casa de su tía Mimi, cerca del río Mersey en su ciudad natal al noroeste de Inglaterra, lo hizo con una idea fija, ser como El Rey: materializar en música todas sus pulsiones, toda su fuerza.
En 1957 John conoció a Paul, por medio de un amigo común, en una fiesta. Lennon consiguió destacar sus competencias, tanto en sonido como en palestra. Pronto comenzarían juntos un épico viaje por la tierra pimienta.
Al comenzar The Beatles era un cuarteto nimio que tocaba baladas cursis y reproducía imaginativos cortes de blues bailable y música negra. En ese estadio permanecieron una década completa. Después, en 1965, algo cambió: Rubber Soul, su sexto álbum de estudio llegaba a los puntos de venta. La primera propuesta genuinamente Beatle nacía en la vieja Inglaterra.
“A tea break with George Martin, 5 de marzo de 1963
Vórtice de talento, los cuatro años siguientes son leyenda. John, Paul, Ringo y George ascendieron a la eternidad de la historia, produjeron cientos de melodías respetables; geniales, decenas. Desde entonces el mundo no ha visto un talento conjunto de tal amplitud, gramaje y solvencia.
The Beatles no fue sólo una banda, fue turgencia. Representaron un verdadero cambio en la forma de concebir la armonía resonancia-letra. Experimentaron todo lo posible, recrearon cada faceta. Utilizaron melodía, eco, ritmo y secuencia; canto, grito, figura y presencia. Crearon pues en el sentido mismo (entero) de la palabra. Ello hizo que todo el mundo los escuchase, los puso en un tipo de gusto refinado, prospectivo, inacabable…
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