Un par de latas de aerosol, un barril viejo o un huacal de fruta y un poco de voluntad destructiva son suficientes. Solo toma unos cuantos minutos. Resulta tan fácil…
Antier, tal vez ayer mismo, en el periodo de penumbra que corresponde entre el lunes 14 y el martes 15, una panda de inadaptados decidieron subrayar, a la mala, aquella fama senil del grafiti callejero.
Sucedió en el entronque de Anillo Periférico y Boulevard de la luz, justo frente a Cataratas, aquel pequeño tramo que indica, puente mediante, el fin de Paseos del Pedregal y el inicio de Picacho-Ajusco. A metros apenas del Colmex, la UPN y el FCE. Sí. A pocos pasos de tan ilustres ejemplos de civilidad metropolitana ocurren esta clase de marrullerías. Mucho me duele presentarles las siguientes imágenes:
Desde hacía ya muchos meses un significativo trabajo de arte urbano ocupaba una parte importante del muro más expuesto de la entrada al puente. Se trataba de un tributo gráfico a la teleserie Avatar: The Last Airbender, quizás uno de los pocos ejemplos decentes de serialización animada en el nuevo continente durante la última década.
Entiendo que existan gamberros citadinos, ha de haberlos. En una sociedad permeada por completo de corrupción, sumida en la mediocridad económica y con tan lamentable planilla de “representantes” políticos debe haber gente volcada del todo al crimen y el ocio más corrosivo. De ahí el común de las pandillas de grafiteros, grupo de frustrados o indeseables libertinos que, en un retorcido afán identitario, acceden solo al placer de saberse violadores. Entre más visible el objetivo, mayor el gozo de quién osa degenerarlo.
Entiendo todo ello. Comprendo incluso que hayan invadido con insulsos colores cada centímetro cuadrado que bordea los más de 6 millones de metros que abarca Ciudad Universitaria. Acepto también la sucesiva guerra de firmas y el disparo emotivo que confiere actuar siempre a la sombra. Pero ¿por qué han de atacar a sus compañeros más avanzados, aquellos que con el acabado de su obra otorgan respeto a la causa?, ¿por qué esforzarse en dilapidar el magro terreno artístico que algunos pocos se han empeñado en forjar, esos mismos que han conseguido trabajo y licencia para desarrollar labores entorno a los cada vez más cercanos festejos centenarios patrios?, ¿por qué no contribuir al orgullo urbano? Porque, seguramente, se saben de todo talento ausentes, mediocres; porque, en el fondo, así lo reconocen.
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