El año se extingue lleno de promesas. Ya pronto vendrá la segunda temporada de Keion con todo y la figurilla Nendoroid faltante de Azunyan; el estreno de Suzumiya Haruhi no Shoshitsu en cines, la esperadísima venta de Eva 2.0 en Blue-Ray; las adaptaciones animadas de Seikon no Qwaser y Dance in the Vampire Bund…
Mientras todo ello sucede, en Japón, los fanáticos del cómic despidieron la década con la septuagésima séptima edición del mercado del cómic. Como ese, no hay nada parecido en el mundo. A su lado la imponente Comic-Con estadounidense parece un domingo cualquiera en la Alameda. Un nido de gorriones vacío frente a un panal de abejas…
Allá, en el Tokyo International Exhibition Center, dentro del bellísimo Tokyo Big Sight, al extremo oriente de Odaiba en la bahía de Tokio, todo se hace en grande. Cientos de miles de fanáticos se pasean codo con codo, entre la insuperable oferta de trabajo original (mayoritariamente ero). Toneladas de papel recién impreso es ojeado con la pasión del ojo experto, los garaje kits de modelado se agotan a velocidad viento; los ágiles dedos de interminable clic, tiemblan ávidos sobre el obturador de sus máquinas prestos al mínimo rastro de cosplay, aquél juego-arte del disfraz que allí, en su casa, alcanza en grado sumo la perfección material.
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