miércoles, 3 de junio de 2009

Transformers: La venganza de los caídos


Michael Bay es, sin lugar a dudas, uno de los mejores directores de blockbusters en la última década, ya que, desde su debut en Hollywood con Dos policías rebeldes (Bad Boys 1998), mostró pleno conocimiento de todo aquello que le interesa a la media de sus compatriotas: guiones efectistas, cien cambios de cámara por minuto, patriotismo Monroe, intrigas light, persecuciones motorizadas, sabroso y simplista humor camionero, femme fatales multirraciales, apasionados personajes con patológicas pulsiones heroicas, villanos malos, malignos, malditos; lindas muchachas de largas piernas y prendas entalladas; apoteósica música para desastres, ligeros guiños a los polígonos amorosos, y amenazadores explosivos en cada esquina.


Bay tuvo una época millonaria con Armageddon (1998) y Pearl Harbor (2001), verdaderos productos de adoctrinamiento pasivo-agresivos aderezados con asombrosas secuencias desde el poderío monetario estadounidense. Ambas aceleradas cintas con bellísimos descubrimientos en tecnología para efectos especiales.


Hace dos años, de la mano de Universal Studios, DreamWorks, Paramount y Hasbro (sí, la mayor distribuidora de juguetes en el continente, dueña de la marca), estrenó una primera (y lamentable) adaptación del clásico americano Transformers (que es de origen japonés, pero que allá no triunfó con el debido aplomo mercantil por lo competido del mercado mecha: Mazinger, Gundam, y Macross ocupan todo el espacio disponible) en donde una especie alienígeno-mecánica copia las formas terrestres, y, en un discurso maniqueísta totalitario, mientras unos sólo buscan destruir y dominar, otros pretenden liberar y apapachar.


Ahora, el próximo 24 de junio, la venganza de desepticons sobre autobots será consumada. Y, como siempre, los individuos que más sufren, son aquellos que poco conocen y nada tienen que ver…



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