sábado, 28 de febrero de 2009

Quinteto de cuerdas en Minería

Por Ismael Martínez


  • Presencia sonora de San Luis Potosí, estado invitado en la FILPM


27-02-09.- Todo comienza en negro. La vida, creación, la luz que se desnuda caminando desde dentro. El Quinteto de Curdas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí lo conoce, lo utiliza. Viste de ello.


Hora: seis pasado meridiano. Lugar: Antigua Capilla del Palacio de Minería. Procedencia: San Luis Potosí, estado invitado en la XXX Feria Internacional del Libro. Especie: rara madeja de cuerdas tensas, deseosas, serenas. Un quinteto de músicos comprometidos con la prestancia del sonido, con el método de la música, con el arte mismo.


Primer violín, violín secundario, viola, cello, contrabajo. Toda la familia sonando a la vez, retozando a sus hijos sobre el viento, intimando el contrapunto adecuado, suave, solemne, delicado. Se nota cuando hay talento. El reconocimiento del público es inmediato. Un voluminoso aplauso surge espontáneo desde el público, uno que no le encuentra ya sentido al silencio momentáneo.


Inician sin reparo, con lo más alto en su repertorio, Johann Sebastian Bach y su tercer concierto de Branderburgo. Las notas comienzan todas juntas, violentando la temperatura del aire, las vibraciones en el viento. Un sonido suave escapa de las cuerdas y abraza decidido el oro pelado en las paredes, en los ricos retablos del recinto conservado. Conmueve incluso la silueta de los querubines grabados.


Allegro, primer movimiento. Emotivo, apasionado, altivo, gallardo. Notas que se guardan en la moqueta grisácea de la sala, buscando permanecer como el polvo cercenado. Adagio, el segundo movimiento que renace desde el silencio con gracia, como un bello príncipe que se pasea por los jardines inmensos de su morada. Presto, tercer movimiento, el tema principal que salta de violín a viola, y que regresa solemne asesinando la calma.


El concierto continúa. Interpretan ahora “Dreaming green sleeves” de Kevin McCrae. Lo hacen con sensibilidad sublime desde el primer violín, con serena madurez en la viola.


Sigue “La volanta” del cubano Eduardo Sánchez de Fuentes. El contrabajo adopta una actitud paternal, solemne. Melodía que suena a Latinoamérica, al calor de la isla y el Caribe.


El conjunto regresa a McCrae, con “The Kirkwall sesión”, una composición con ánimo festivo, campirano, armonioso; como recorrer con la mirada las puntas más altas de una sierra lejana.


Continúa “libertango” de Astor Piazzola como un susurro melancólico, como los pensamientos azorantes de un soldado batido en combate que regresa a su tierra para encontrarla ennegrecida por el llanto.


Finaliza el Huapango de Moncayo, belleza nacionalista inserta en una atmósfera de sueño flotante, como una dulce canción de cuna que despierta al niño porque se emociona demasiado.

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